En realidad este artículo que vas a leer querido lector lo he reinventado varias veces, tantas como me he ido reinventando en la vida y he sido atropellada por las circunstancias.
No solo me ha ocurrido a mí, todos nos reinventamos cuando los acontecimientos nos empujan y ya no nos dejan otra salida digna. Es un bien general que también le sucedió hace 4 años a la revista Newsweek – salvando las diferencias, claro está- que tuvo que reinventar su propia portada al tener que retirar del mercado más de 130.000 ejemplares que llevaban la foto de Hillary Clinton en su primera página. Nadie creyó que Trump, ni siquiera Newsweek, se hiciera con la presidencia del país mas poderoso y democrático de la tierra en ese momento. Gran parte de sus ciudadanos pensaba que el sorpaso era un hecho y que había llegado la hora de que otra mujer se abriera paso en la historia de los Estados Unidos de América…
Como en la inmensa mayoría de los acontecimientos que nos asaltan durante la vida, aunque los hayamos imaginado o presentido muchas veces, siempre nos pillan a todos por sorpresa. Y la sorpresa de estos dos últimos meses ha sido mayúscula, y aunque muchas voces reconocidas y autorizadas llevaban advirtiéndonos de que era más que probable que nos visitara una pandemia o que el cambio climático al ritmo que avanza se llevará por delante nuestra maltrecha certidumbre -todos sabemos que la esperanza es lo último que se pierde- muy pocos quisimos escucharlos y sus razonamientos quedaron como meros gritos al viento. Hanna Arendt a esto lo llamaría: banalización del mal. Todos somos conscientes de lo que está pasando, pero nos encanta mirar hacia otro lado. Mientras a mí no me afecte, todo bien. Eso decimos. Lo que sucede es que nada de lo que pasa en el mundo nos es ajeno y además, y por supuesto, nos afecta. Si sirviera de algo, pediría desde aquí y desde ya, que la primera clase de los niños de educación primaria en todo el mundo fuera aprenderse de memoria el magnífico poema que el escritor británico John Donne, precursor de los poetas metafísicos, escribió en 1585 y que aquí transcribo:
¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
Porque nos encontramos unidos a toda la humanidad, sabemos del poder transformador de los sueños. Soñemos entre todos un mundo nuevo y no nos dejemos atrapar por la oscuridad con la que nos envuelve la tormenta. Hay una grieta en todo y por ella siempre se abre paso la luz. Es así como nace el optimismo y así es como se abrazan los horizontes.